viernes, 13 de julio de 2012

La estupidez como razón de estado

Nada es casual. España no ha llegado a esta situación de la noche a la mañana y sin saber cómo ni por qué. Pero dentro del cúmulo de despropósitos que nos han llevado a esta amarga situación me llama poderosamente la atención uno, por ser, a mi parecer, la prueba palpable de hasta donde han estado dispuestos a llegar los políticos en su particular pelea por controlar y repartirse el pastel del poder en este país. Me estoy refiriendo al nombramiento de los 2 últimos presidentes de gobierno como candidatos a dicha presidencia.

En primer lugar Jose Luis Rodriguez Zapatero. Diputado de la nada, representante de la "mayoría silenciosa" en el Congreso y el Senado (Bueno, en el Senado todos son mayoría silenciosa, dada la utilidad de este estamento "low cost" para los españoles), formada por todos aquellos ilustres representantes de la voluntad popular, cuya principal y única función en el Parlamento consiste en hacer presencia física cuando se la piden, estar atentos a las indicaciones de su portavoz para saber qué botón tienen que apretar en cada votación, de los tres posibles, y rizando el rizo, ser capaces de pulsarlo en el momento oportuno sin equivocarse. No me consta que el Sr. Zapatero no cumpliese debidamente todas estas obligaciones por lo que puede concluirse que se trataba de un diputado ejemplar. Ni una intervención, ni una idea ni una iniciativa en unos cuántos años (Sin lugar a dudas se puede decir de él que pertenece a la generación ninini parlamentaria).

Sin embargo tras el fracaso de Joaquín Almunia en las elecciones del año 2000, en el XXXV Congreso Federal del PSOE de ese mismo año el partido se encontraba fuertemente dividido, aunque todo hacía suponer que sería José Bono el elegido como nuevo Secretario General y candidato a Presidente, dada su larga y ampliamente conocida trayectoria política, acompañada de un importante prestigio. Es en ese contexto cuando los compromisarios socialistas, en lugar de analizar cabalmente las virtudes y defectos políticos de cada candidato, nada menos que cuatro, desde el punto de vista de su liderazgo político y personal, así como de su capacidad para asegurar la mejor gobernabilidad y prosperidad posible del país, deciden enzarzarse en una pelea barriobajera por el poder interno dentro del propio partido. Y así, a lo largo de una interminable noche de cuchillos largos y tras toda una serie de componendas inverosímiles desde el punto de vista de la razón entre las distintas asociaciones territoriales, se llega a un acuerdo basado fundamentalmente en una premisa básica: El candidato no puede ser alguien que concite "el odio" de alguna federación. O dicho de otro modo, debe ser alguien que, con independencia de su valía personal y política, de su experiencia en la cosa pública y de su capacidad de gestión y liderazgo para dirigir no ya un partido sino todo un país, no cuente con el veto de nadie. Y con esa premisa por montera, alguien propone a José Luis Rodriguez Zapatero que, probablemente incrédulo, acepta presentarse y contra todo pronóstico y toda lógica política y nacional, derrota a José Bono creo que por 8 votos de diferencia. A esto es a lo que yo llamo esgrimir y aplicar la estupidez como razón de estado. O más bien, y para ser más exactos, ejercer la estupidez por encima de la razón de estado. El resultado ya lo conocemos: Una incompetencia ejemplar.

Pero vayamos al bando contrario, al del PP. Para las elecciones generales del año 2004, Napoleón Aznar, a la sazón nuevo caudillo de España y en la cúspide de su prestigio y de su poder, con una cómoda mayoría absoluta y sin nadie que le discutiera su siguiente victoria electoral, prepara un golpe de mano maestro. Henchido de egolatría y sintiéndose invencible, decide tener un gesto imperial a la par que genial. Para asombro de todos, incluido su propio partido, anuncia que no se presentará a la reelección presidencial. Imitaba así nada menos que a los presidentes americanos, los más poderosos de la tierra, y en concreto a su ídolo, amigo y mentor George Bush Jr. Pero Aznar no tomaba esta decisión movido exclusivamente por su idolatría a Bush y las Américas. Lo tenía todo perfectamente calculado. Y es que, en pleno estupor general, incluido el del PSOE, declara que antes de irse nombrará personalmente a su "heredero". Inmediatamente comienzan las quinielas y aunque en este caso no hay debate congresual, ya que solo a Napoleón le corresponde tomar la decisión, sí se postulan candidatos, curiosamente también cuatro. En este caso 2 pesos pesados del partido con un gran prestigio y poder político en aquellos momentos, Rodrigo Rato y Eduardo Zaplana, un tercero tremendamente contestado en el PP pero con mucho más prestigio que los anteriores en todo el país, incluso entre los adversarios, Alberto Ruiz Gallardón, y el cuarto un hombre...., sin especial relevancia en ningún aspecto, ni político ni de liderazgo ni de prestigio. Otro ninini, un hombre gris, oscuro, silencioso, que a pesar de haber sido ministro durante bastantes años, por lo más que era conocido a nivel popular era por su ya famosa frase como portavoz del gobierno durante el desastre del Prestige en el 2002, de que el petróleo que escapaba del barco era como hilillos de plastilina.

Por supuesto ya sabemos lo qué pasó y cuales fueron las razones de Aznar para tomar su decisión. ¿De interés nacional? ¿De capacidad de gestión? ¿De prestigio político y liderazgo? Obviamente no, simplemente eligió a aquel que ni podía ni iba a querer hacerle sombra, al alumno obediente y sumiso que se dejaría dirigir en la sombra por el genio napoleónico de D. José María. Eligió, en definitiva, al ninini, Mariano Rajoy. La jugada le salió mal y contra todo pronóstico Zapatero se encontró ¡Con que era Presidente del Gobierno Español! Pero 7 años después y como consecuencia de aquella desastrosa decisión tomada exclusivamente por motivos egoístas y de mantenimiento del poder, Rajoy se encontró ¡Con que era Presidente del Gobierno Español! Sólo 6 meses de gobierno y ya sabemos de lo que es capaz el Sr. Rajoy y de su enorme popularidad en Europa y el resto del mundo. Una vez más, la imposición de la estupidez por encima de la razón de estado, por razones puramente egoístas.

En resumidas cuentas, se puede decir que la gran desgracia de este país en todos estos años ha sido la de contar con unos partidos políticos, y lamentablemente lo han hecho todos los que han alcanzado alguna cuota de poder, por pequeña que fuera,  que anteponen sus luchas intestinas, su ambición de poder, sus guerras de egos y su deseo de pillar, al interés nacional. Han hecho de España su chiringuito particular y se la han merendado con patatas y buen vino. Ahora ya no queda nada. Son como las células cancerígenas, que en su afán de nutrirse y crecer, crecer y crecer más y más, acaban destruyendo al organismo que las alimenta y mueren. Este es el gran pecado de los partidos políticos y de sus miembros. Y esto es lo que los ciudadanos no podemos ni debemos perdonar y ya no toleramos más.

Así que sólo queda una alternativa: Forzar, a base de un discurso racional y desprendido, apoyado en la exigencia y lucha ciudadana, redes sociales, movilizaciones pacíficas pero firmes, etc.a que nuestros representantes actúen honestamente y obren en función del interés nacional y no del propio, como hasta ahora han hecho. Esto ya no es tolerable porque nos va la vida en ello. No queda otra. Y tenemos que hacérselo saber, que no les quede la menor duda de que la situación ha cambiado y que nunca dejaremos que vuelva a ser como ha sido hasta ahora.

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