lunes, 16 de julio de 2012

SOSTENELLA Y NO ENMENDALLA

Los políticos españoles son una especie realmente rara. Una de sus peculiaridades más llamativas, salvando honrosísimas excepciones que confirman la regla, es que jamás, bajo ningún concepto, ni siquiera en peligro de muerte y si se ha de comulgar, que decía nuestro antiguo catecismo, reconocen ningún tipo de error o acto indebido realizado por su parte o por cualquiera de sus correligionarios. Para ellos esto es un axioma casi universal. Incluso en el caso de que hayan sido descubiertos en cualquier tipo de acción ú omisión flagrante y no muy edificante, que digamos, da igual, no pasa nada, sencillamente se niega todo. Y en el caso de que sea imposible negarlo porque "se le ha pillado" en plena felonía y con todo lujo de detalles, se da cualquier tipo de excusa y sobre todo se reacciona atacando al rival político, acusándole del montaje o trampa que se le ha tendido o simplemente aclarando que los otros son muchísimo peores (?). Parece realmente extraño el comportamiento, pero es exactamente así. Es la vieja táctica del "sostenella y no enmendalla" y también la de "la mejor defensa es un buen ataque". 

Pero lo que todavía resulta más sorprendente es que piensen, y están completamente convencidos de ello, que tal tipo de formas de actuar es perfectamente correcto y, lo que es aún peor, que en ningún caso presenten las debidas disculpas o mejor aún pidan directamente perdón a todos los ciudadanos por su comportamiento. El único que lo ha hecho recientemente, que yo recuerde, es el Rey, y después de una serie de noticias completamente deplorables acerca de él mismo y su familia que habían puesto la propia forma de estado en el disparadero a nivel nacional, algo que no había sucedido desde la instauración de su régimen. Pero ha sido el único. Ni un solo político lo ha hecho sino todo lo contrario, se defiende la inocencia incluso cuando las evidencias son incontestables y no hay lógica alguna para dicha defensa. Y ni siquiera estoy hablando de dimisiones, que ese sería el paso siguiente. Nada. Solo de reconocer un mal paso, un resbalón, aunque solamente fuese ante sus propios votantes. Ni por asomo. 


Tal tipo de reacción correspondería a lo que antiguamente se denominaba "hombría", término hoy totalmente en desuso y que desconocen por completo la inmensa mayoría de los políticos actuales. Si me leyera, a estas alturas Dña. Bibiana Aido ya habría puesto el grito en el cielo y me habría acusado de machista incorregible, facha, y otro tipo de lindezas por no haber dejado claro, explícitamente, que el valor moral es no solo la hombría si no, por supuesto, la "mujería". Quiero aclarar que hombría es vocablo genérico, aplicable a ambos sexos, y que en realidad se refiere a lo que también hace años se denominaba "bonhomía" o, sin lugar a dudas, "bonmujería", es decir, a aquellas personas que en su comportamiento daban inequívocas muestras de su gallardía, caballerosidad (vaya por Dios, qué desastre, otra vez la desigualdad de género, vale, acepto señorasidad) y, en definitiva, valentía, entre otras cosas para asumir públicamente sus errores y dar un paso adelante, a fuer de quedar en evidencia, reconociéndolos y pidiendo disculpas o directamente perdón por su comportamiento.

Pero lo que ya me parece absolutamente inaudito es que piensen que este tipo de proceder es beneficioso para sus intereses políticos y no les granjea ninguna pérdida de popularidad ni de votos, más bien al contrario, en la mayoría de los casos les supone un refuerzo electoral. Y esto es algo realmente preocupante, a mi modo de ver, porque refleja perfectamente no solo su iniquidad sino que piensan así porque la experiencia les demuestra que tienen razón. Y a los resultados electorales me remito. La cruda realidad de este país es que salvo hecatombe, la vileza de los comportamientos políticos no tiene el más mínimo reflejo en la manera de pensar de la gran mayoría de los votantes, con lo que dichos comportamientos se refuerzan y hacen falta muchos años de desmanes políticos para lograr algún efecto significativo en las esferas de poder. Es algo que tengo claro que es terrible para la democracia y el correcto funcionamiento de las instituciones de cualquier tipo. Lo hemos visto desde hace muchos años y lo seguimos viendo prácticamente a diario. Y afecta a todos los signos políticos, sin excepción. 

Y a mi modo de ver, la desdichada causa de que esto sea así y de que siga sucediendo con escandalosa desfacahatez, es nuestra manera de vivir la política. Y esto es una vez más culpa de los partidos políticos. Y nuestra por entrar al trapo y aceptar sus reglas de juego. Me explico.


A la muerte de Franco y con la llegada de la democracia, España entera tuvo un subidón de ética, ilusión y deseos de "hacer bien las cosas" por encima de todo, incluso de rivalidades políticas. A ello contribuyó el miedo a un golpe de estado, cosa que el 23F se encargó de confirmar. Pero con los años y la consolidación de la democracia, los partidos políticos abandonaron aquellas buenas intenciones y se enzarzaron en la refriega política, en el cuerpo a cuerpo directo del día a día. Y comenzaron los ataques y las acusaciones "por todo". Es decir, todo lo que hace el adversario político está fatal y todo lo que hago yo es perfecto. Y lo más asombroso es que con el paso del tiempo y el ejercicio del poder todos acaban haciendo prácticamente lo mismo, pero si lo hacen ellos está muy bien y si lo hacen los otros es impresentable. Los ciudadanos entramos a ese diabólico juego y empezamos a defender a nuestro partido político como si de un equipo de fútbol se tratara. Y aquí sobreviene la catástrofe: desde hace muchos años, exactamente desde la llegada de Felipe Gonzalez al poder, la gente es del PP, del PSOE, IU, CIU, PNV, etc., como si fuera del Madrid, del Barça, Atlético, Athlétic, etc. Es decir PARA TODA LA VIDA.Y sin darnos cuenta nos hemos convertido en unos hooligans de la política, unos fanáticos que defendemos a los nuestros hagan lo que hagan y atacamos al contrario también haga lo que haga. Es decir, hemos perdido toda capacidad de autocrítica.


El resultado es que tal actitud ciudadana tiene un efecto devastador sobre el ejercicio de la política y el poder, porque los políticos saben perfectamente que actuamos de esta forma, nos han llevado a su terreno y conforme a ello actúan en consecuencia. Y la consecuencia es el impresionante nivel de corrupción existente y que ahora tanto nos escandaliza. Pues no tenemos derecho a rasgarnos las vestiduras porque hace muchos años que caímos en su trampa y desde hace demasiados años en España tiene que suceder un auténtico cataclismo para que algo cambie en política y alguien se vaya o caiga en desgracia. Les hemos dado patente de corso y desde luego que se la han tomado con creces.


En resumen, las antiguas hombría y mujería han acabado por transformarse en hipocresía y finalmente en cobardía. Esto es lo que tenemos y mientras no seamos conscientes de que es la causa de todos los desastres actuales, mientras no entendamos que por encima de los partidos políticos están las actitudes, los comportamientos y en definitiva la ética personal de cada uno, que es lo único que nos garantiza poder vivir en sociedad con nuestros semejantes, no habrá nada que hacer.   

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